domingo, 13 de marzo de 2016

El Cid histórico

El Cid histórico
Gonzalo Martínez Díez
Planeta

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El Cid Histórico - Gonzalo Martínez Díez - Planeta - Álvaro García
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Esta vez me enfrento a un hueso duro de roer.

Si tras leer esta entrada sobre la vida de la persona del Cid os quedáis con ganas de leer más sobre "el personaje" El Cid, sea su parte literaria o cinematográfica os invito a leer mi comentario de la película El Cid en mi web de cine: elfancine.com.

Voy a hablaros del Paladín de la Cristiandad; del Campeón de Castilla; del conquistador de Valencia; del héroe por antonomasia de España, un tipo amado hasta ser reverenciado en la Edad Media Europea (ceñirlo a la española sería cortarle las alas) y odiado aunque respetado y admirado por igual por sus enemigos y rivales, fundamentalmente entre las filas islámicas.

Y no nos confundamos. Cuando hablo de "enemigos y rivales" no cargo las tintas contra el Islam, enemigo natural de la cristiandad, que padeció sus zarpazos una y otra vez hasta tomar por costumbre levantar sitios, campamentos y abandonar torres, plazas y castillos con la sola aparición de la mesnada cidiana. El moro era en si mismo enemigo y esclavista de castellanos, aragoneses, leoneses y de todo aquel que no abrazara el Islam, cosa que obviamente lo sitúa como el principal objetivo de la mayor parte de las maniobras de nuestro protagonista, pero también tenía por rival y por enemigo a todo aquel que, aún siendo cristiano, no respetara las normas de la caballería, no observara la Ley y sobre todo aquellos que se escudaban tras la cruz para justificar sus felonías.

Rodrigo Díaz de Vivar comprendía el paso por esta vida cual el paladín que era: ser honrado; honesto; leal; trabajador y fiel a la cruz, como buen hijo de su tiempo. Supo, por su carácter y personalidad, forjarse amistades en el lado musulmán y en el cristiano, y también enemigos en ambos bandos. Rodrigo logró lo que solo los grandes alcanzan, ser amado y odiado por igual. Amado por los que salva, lidera y protege; odiado por los que no consiguen doblegarlo (dicho sea de paso, nadie lo logró), no consiguen sobornarlo (era inmune al soborno), no consiguen descorazonarlo (era fiel hasta más allá de toda lógica) y todos los que quisieron ponerse bajo su bandera con fines lucrativos. Amado y odiado, nunca pasó desapercibido.

Ni en vida ni en muerte, pues pocos son los personajes reales que han entrelazado Historia con Leyenda a partir de sus propias gestas. Hemos conocido héroes de una época encumbrados por el mito como el Rey Arturo de Excalibur, (gracias a la tradición artúrica) que lo han sido con carácter local, pero nuestro héroe, el más grande de los héroes que ha dado España (y no nos han faltado, sirva como ejemplo el denostado por los ingleses y poco respetado por sus compatriotas Blas de Lezo), nuestro héroe transcendió en vida y su fama recorrió Europa y toda ella lo lloró cuando murió.

Cierto es que hay personajes (en nuestro caso es "persona") cuya fama entrelaza mito y realidad, como decía, como quiso darse a entender con nuestro Cid, encasillándolo en cantares de gesta y libros de caballerías que suelen beber de fuentes mitológicas (nórdicas, o grecorromanas), de la tradición artúrica y todo gracias (o por culpa) de El cantar del Mío Cid, obra difundida para ensalzar las bondades del caballero que puso firmes a propios y extraños. Una "biografía" trufada con hazañas y episodios juglarescos propios de su época.

La suerte de nuestro Cid es contar con cronistas coetáneos que registraron su paso por esta vida para ilustrar a la cristiandad sobre las virtudes de su paladín, sin alardes retóricos ni ánimo de elevar su figura, tan solo a modo de crónica fiel a un hecho (o varios) histórico. Códices como el Carmen Campidoctoris que nos expone las tres primeras lides de Rodrigo (contra un noble navarro, tras la que se forjó el sobrenombre de Campeador; la victoria sobre el Conde García Ordóñez (para cobrar las parias del Rey taifa de Sevilla, por encargo de Alfonso VI) y la tercera, al tomar la plaza de Almenara, tomando esta plaza leridana tras pasar por el hierro al Conde de Barcelona. Otra fuente histórica, fiel donde las haya, es la Historia Roderici, que refleja la crónica vital del Campeador en torno a sus gestas, su paso por nuestra piel de toro y lo documenta con todos los documentos reales y oficiales en los que el propio Rodrigo estampó su sello y firma en contratos y memorias. La Historia Compostellana estrena el género historiográfico y nos habla por igual tanto de Rodrigo Díaz de Vivar como del Arzobispo de Santiago Diego Gelmírez. Estas tres obras, en si mismas, nos sirven para datar y ubicar la biografía del Cid, cruzando unas y otras, de dispares procedencias, y viendo la figura de la persona, que no personaje (a diferencia de El cantar del Mío Cid).

Por si esto fuera poco, la documentación de su época (y posterior) se encargará de registrar y atestiguar los quehaceres de Rodrigo como caudillo militar, como político sin par, diplomático y representante e incluso Juez y mediador de su época en textos como crónicas dentro del ciclo alfonsí, como la Primera Crónica General; la Crónica de 1344; la Crónica particular del Cid (esta habla por si misma); el Cronicón Burgense; los Anales Compostelanos; los Anales Toledanos Primeros; el Cronicón de Cerdeña; el Cronicón Malleacense; el Poema de la conquista de Almería y en la Crónica Najerense. En todos estos documentos históricos aparece Don Rodrigo.

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Pero sin duda, por si todo lo expuesto no fuera suficiente, contamos con los textos de Ibn Alqama, moro valenciano contemporáneo del Cid y los del también moro Ibn Bassam, quienes nos ofrecerán la visión desde el prisma enemigo musulmán del Cid. Con sus palabras, con su carga de odio, con su desprecio (religioso y social) hacia el Cid pero sumidos en un respeto (personal) absoluto hacia su figura, al describírnoslo, grosso modo, como un demonio invencible e invicto; lo encumbran como "calamidad" para los musulmanes. Ibn Alqama (realmente Abu Abd Allah Muhammad ibn Al-Jalaf ibn Alqama) llegará a titular su obra La elocuencia evidenciadora de la gran calamidad para referirse al paladín cristiano. Por otro lado tenemos los textos de Ibn Bassam (Abu-l-Hasan Alí Ibn Bassam), un portugués musulmán que odia y admira al Cid, haciendo de su rabia y su indignación un homenaje elogioso hacia la figura del Cid en su paso por Valencia. Su texto fue descubierto por un arabista holandés, Dozy, quien bebió de esta fuente para menospreciar al Cid agarrándose a los insultos y desdenes del moro hacia el Campeador, obviando que cada uno de sus insultos y/o apelativos, venían acompañados por un sincero sentimiento de admiración hacia el archienemigo de su fe, al que nombra con sobrenombres entrañables como "El perro gallego"; "Tirano"; "Al que Dios maldiga"; "Calamidad de su época" y, (rindiendo su odio a la grandeza de Don Rodrigo) "Uno de los milagros de su Dios" al declarar con una sinceridad admirable que "La victoria siempre seguía a la bandera de Rodrigo, que Dios lo maldiga (...)".

He mencionado a Dozy (y su cidofobia)... que tiene por rival a Menéndez Pidal (y su cidofilia), quien veló y defendió la figura del Cid queriéndolo encumbrar. Pero hoy, y para este artículo, he de confesar que la verdadera figura, la persona más destacable es Don Gonzalo Martínez Díez, filósofo, teólogo, letrado y dos veces Doctor (Derecho y Derecho Canónico), cuyo libro El Cid histórico me enamoró en  mi mi primera lectura y he vuelto a devorar  con el fin de daros a conocer su trabajo, una labor de investigación encomiable para separar el grano de la paja, para filtrar al Cid del cantar y hacernos comprender que el Cid histórico, su persona, fue más grande en vida que el personaje que le sucedió en el cantar.

En El Cid histórico veremos y comprenderemos el rigor de una vida dedicada a batallar, comprenderemos cuánto de cierto hay en la leyenda, que es mucho, y cuán veraz fue su lealtad hacia su Rey, en cuyo nombre tomó tierras, castillos y luchó por la cristiandad.

El hijo del capitán de frontera burgalesa Diego Laínez, un caballero de Vivar, en perenne conflicto con el Reino de Navarra con frontera en el mismísimo Sotopalacios. En 1054 Rodrigo será testigo, a la edad de cinco años, del primer combate entre las huestes navarras y castellanas, lideradas por su padre, entre otros, en la no menos histórica sierra de Atapuerca, donde los castellanos se impusieron a los navarros.

Rodrigo pasó su infancia a caballo (nunca mejor dicho) entre Vivar y Burgos, para terminar recibiendo el sobrenombre de Campeador en torno a la veintena, al protagonizar un duelo sin par contra el caballero navarro Jimeno Garcés "cum adolescens devicit navarrum", "Hoc fuit primum singularem bellum", haciéndole destacar sobre el resto de caballeros y ganando para si la fama de Campeón, vencedor, refrendada después en otro combate singular, esta vez frente a un sarraceno en Medinaceli al que venció y dio muerte.

Rodrigo empezó a fraguar su fama de Campeón y esto le valió, junto con su entrega en combate ("Campi Doctus" distinguido en la pelea) y sus buenos modales y lealtad, la confianza del Rey Sancho hasta tal grado que no solo le otorgó la responsabilidad de ser el portador de la enseña regia si no también el caudillo de toda su mesnada, es decir: Alférez Real.


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Quiso la Historia que el Rey Sancho muriera asesinado a traición por Bellido Dolfos, un caballero de Zamora que fingió desertar para unirse a las huestes del Rey, y lo mató. En cierto modo truncó también la prometedora vida política de Rodrigo, dando pie incluso a uno de los episodios de El cantar del Mío Cid (el de la jura de Santa Gadea con el nuevo Rey, Alfonso) recreado por juglares de todas las cortes medievales y por Anthony Mann en su película El Cid (protagonizada por Charlton Heston), bebiendo del cantar y no del rigor histórico. Película que, por cierto, se proyecta cada año en la Academia Militar de West Point para ilustrar a la flor y nata del ejército de los Estados Unidos los valores del Cid: lealtad, Justicia, valor, fe y otros muchos que tardaría en enumerar.

No obstante El Cid es una de las pelis que me gusta ver en las fechas de Semana Santa* como veis en este tuit puesto desde el perfil de el fancine en Twitter.

Él no lo sabía por aquel entonces pero el tiempo demostrará que desde aquel duelo con el navarro, Don Rodrigo combatirá en duelos singulares, en escaramuzas y en batallas a campo abierto en más de cuarenta combates registrados (y otros muchos en los que no hubo derramamiento de sangre pues su fama lo precedía y se rendían a su paso) sin sufrir derrota alguna. De ahí la cólera de Ibn Bassam. No perdamos de vista que la lealtad del Cid hacia el Rey de Castilla, León y Galicia, Alfonso, le haría sufrir el destierro (y no una única vez) sin perder por ello la lealtad del más firme defensor de Castilla, sea para con él o para con su difunto hermano, Sancho.

Rodrigo gozará de la confianza de Alfonso y los veremos juntos cabalgando por Castilla, Asturias, León... hasta que Alfonso lo envió a Sevilla para cobrar las parias del rey taifa del lugar, tras lo cual se producirá un enfrentamiento del Cid contra el Conde García Ordóñez. Merece la pena que lo explique para entender el resto de la historia del Cid.

El cid acude a un punto equidistante entre Córdoba y Sevilla, para cobrar sendas parias a ambos reyes de taifas. Estas parias servían para mantener en el trono al rey de turno, sin declararle la guerra. Eran musulmanes que se ceñían al Rey cristiano para mantener la paz mediante un impuesto. Esta relación de Rey/vasallo (que en definitiva es lo que era) suponía que el vasallo pagaba pero el Rey se comprometía, por su parte, a proteger al que le reconocía como vasallo. Dicho esto se establecía un vínculo en el que el Rey moro no dejaba el trono porque el Rey cristiano entendía que era más rentable cobrar un impuesto y estar en paz que declarar otra guerra y vuelta a empezar tirando una moneda al aire. Aquí paz y después gloria. Quiso el destino que cuando nuestro protagonista se encontraba con el Rey de Sevilla, al-Mutamid, otro Rey de paria, el de Granada, al-Mudar-far, su enemigo acérrimo fuera visitado por otra embajada (del rey) también para cobrar el impuesto. El de Granada, viendo el contingente de cuatro nobles con sus respectivas mesnadas, solicitó ayuda a los cristianos para atacar al de Sevilla. Éste, viendo la que se le venía encima acudió al Cid en busca de auxilio para que lo protegiera de las cinco mesnadas, la del rey granadino y la de los cuatro nobles cristianos liderados por el Conde García Ordóñez. Viéndose en desventaja (cinco a uno) y, sobre todo, viendo que el contingente enemigo era fundamentalmente cristiano, el Cid se entrevistó con García para pedirle que no se librara combate entre iguales (de credo y bandera) pero el Conde rehusó viendo una presa fácil en el Rey de Sevilla y un modo sencillo de bajarle los humos a Don Rodrigo.

Craso error.

Don Rodrigo no solo cumplió con su deber: proteger al Rey musulmán si no que venció sin paliativos a las cinco mesnadas, las destrozó, las hizo añicos y tomó las tiendas personales de los líderes (botín propio del vencedor en todas estas lides) y, no contento con esto, disgustado por el mal sabor de boca que le suponía la situación, apresó a los condes y los tubo retenidos tres días.

Este será el principio del fin de la relación amistosa con Alfonso. El Rey era un gran amigo del Conde García y para colmo, éste fue quejándose del agravio y de la rabia y la fuerza desmesurada del Cid y su mesnada a la hora de destrozar la suya (y las otras cuatro), de cómo se tomaron el botín (era lógico en aquellos días) y la humillación de ponerles en cautiverio por tres días. A partir de este momento García será la reencarnación de la envidia (seguro que venía de antes) y malmeterá al Rey siempre que pueda en contra del Cid.

Al cabo de poco tiempo las crónicas sitúan a Alfonso junto con García yendo a asediar Toledo. Rodrigo estaba en Burgos (Vivar) cuando llegó noticia de una rafia musulmana en la fortaleza de Gormaz. Decir que, cuando esto sucedía, se llevaban a los supervivientes para venderlos como esclavos en África, amén de arrasar con las cosechas y todas las riquezas materiales tras pasar por la cimitarra a todos los hombres que pudieran portar armas. Gormaz desprotegido y atacado, el Rey rumbo a Toledo y Rodrigo, improvisando, reúne a su mesnada con el objetivo de dar caza a los asaltantes. Llega, recupera Gormaz y se adentra en territorio musulmán hasta dar caza a los asaltantes y reventarlos.


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García no perderá la ocasión para hacer entender a Alfonso que Rodrigo está descontrolado y que por su acto reflejo cargando contra los moros ha puesto en peligro a toda la empresa toledana. Sea por esto o por lo que fuere, lo cierto es que el Rey destierra a Rodrigo.

Lejos de partir solo, el caballero que se desterraba se marchaba con sus vasallos y seguidores, quedando todos bajo protección del Señor y eximidos de seguir "trabajando" para su Rey, puesto que éste los desterraba. Las leyes de entonces permitían al exiliado servir a otros señores y/o reyes para ganarse el pan con que pagar a los suyos. De ahí que erróneamente se haya tildado al Cid de mercenario. Nada más lejos. El mercenario lo es por condición y se vende siempre al mejor postor (para entender esto recomiendo leer Los condotieros, soldados de fortuna, explicados por Geoffrey Trease, hablando de los Hawkwood y compañía).

Una pequeña alusión a su amada y esposa, Jimena, quien partió hacia su tierra para vivir el exilio del Cid rodeada por su familia en Asturias.

El Cid parte para Barcelona para intentar servir a los hermanos condes de Barcelona, Ramón Berenguer II, cabeza de estopa y Berenguer Ramón II, el fratricida, que estaban preparándose para atacar Denia, cuyo gobernador musulmán se había revelado contra su propio padre, el Rey taifa de Zaragoza al-Muqtadir, pero no hubo acuerdo y al final puso rumbo a Zaragoza donde lo recibieron con los brazos abiertos, precisamente por la rebelión de Denia.

Aquí entra en la historia otro Rey, Sancho Ramírez, Rey de Aragón y de Navarra ve propicia la ocasión para meter las narices en el asunto de Denia y, a modo de bravuconada asegura que el Cid no se atrevería a establecerse en Monzón, y encima va y lo jura.

Otra vez el Cid se pone en marcha, esta vez hacia Monzón. Con toda su mesnada. Y llegó a Monzón. Y rindió las plazas a las que llegó sin mediar combate. Ya dije antes que su fama empezaba a crecer. El propio Sancho Ramírez coincidió con Rodrigo. Las mesnadas avanzaron en paralelo sin que el Rey osara atacar al Cid.

Reunido con al-Muqtadir el Cid le gana la batalla de Almenar contra todo pronóstico y el Rey de Zaragoza le paga con creces su soldada, casi cubriéndole de oro.

Quiso el destino por entonces que el Rey, Emperador Alfonso fuera traicionado en Rueda y volviera grupa hacia su castillo lamiéndose las heridas y llorando a muchos de sus nobles muertos vilmente. Dicha traición llegó a Rodrigo, allá en su destierro, quien no tardó en reunir a toda su gente para acudir en defensa de su legítimo Rey, poco mas de un año después de haberlo desterrado.

Alfonso lo recibió con los brazos abiertos y le pidió que lo acompañara en su regreso. Sin embargo Rodrigo, a pesar de saber que había obrado como cabía esperar de un caballero, intuía que el Rey no estaba del todo a gusto después de haberlo perdonado, todo esto tras haber dejado atrás al oro y al moro, pues en Zaragoza lo deseaban como agua de mayo y las riquezas le sobraban allí... mientras que desconocía qué destino le esperaba en Castilla.

Así pues, con Rodrigo dubitativo y un Alfonso receloso, ambos comprendieron que lo oportuno sería que Rodrigo regresara a Zaragoza. El uno para volver a respirar tranquilo y el otro porque sabía que teniendo a Rodrigo en Zaragoza no habría ocasión para temer un ataque desde ésta ni desde Lérida, matando no dos si no tres pájaros de un tiro.

De vuelta en Zaragoza partirá con su mesnada y las del Rey rumbo a Monzón, para tomarla de las manos del Rey de Aragón y Navarra, aliado con el Rey de Lérida. Será el Rey cristiano quien propicie la lucha y claro está, perderá.

Al cabo de un tiempo tras mucho guerrear, el Cid volverá a la Castilla de Alfonso, con quien se encontró en Toledo y al que besó la mano. Alfonso le hizo Gobernador de siete fortalezas encumbrándolo entre los diez terratenientes más poderosos de Castilla y entre sus labores destacará su nueva misión intermitente yendo y viniendo a Valencia en su auxilio.

Cuando todo marcha mejor de lo previsto, he aquí que se produce un desencuentro en que el Rey tachará de traidor a Rodrigo y éste volverá al exilio.

¿Por qué?

Por un error absurdo. Las mesnadas de ambos parten al combate. Van al mismo destino pero por caminos diferentes. Tienen que encontrarse en un punto concreto, a convenir mediante informadores, pero dicho reagrupamiento no se dará jamás por múltiples errores.

El caso es que iban a enfrentarse a un poderoso ejército musulmán que se da a la fuga antes de que llegue Rodrigo, quien conocedor del error cometido va a uña de caballo hasta Alfonso, después de localizarlo, sin llegar a tiempo para acosar a los musulmanes y habiendo puesto rumbo hacia Toledo muy apesadumbrado. Por muchos juramentos que le haga Rodrigo, Alfonso no accederá a creerle.

El Cid pasa la Navidad en Elche reflexionando. Tras dos incursiones en cinco años (con al-Muqtadir) y otras dos en tres años con Alfonso, Rodrigo tiene ante si la perspectiva de tener que volver a ofrecerse a un nuevo Rey, sea moro o cristiano. Pero no. Decide volar por libre y no deberse a señor alguno salvo a si mismo.

A partir de aquí empieza la verdadera epopeya del Cid quien, unas veces combatiendo a degüello, otras arrasando sin escrúpulos y las más sin desenvainar su Tizona, el Cid irá ganando y tomando plaza tras plaza, castillo tras castillo precedido por su fama de Campeón invencible. Por supuesto que siempre tomará como objetivos a los reyes musulmanes pero no le temblará el pulso a la hora de rechazar ataques de cristianos, de Lérida y Zaragoza (ahora aliados con los leridanos) llegando a apresar al conde de Barcelona.

Dos datos clave para el resto de esta historia.

El emir almorávide Yusuf ibn Texufin decide limpiar el honor musulmán en España tras las constantes derrotas, rendiciones y humillaciones a manos de las mesnadas de Alfonso. El segundo dato es que el Cid se establece en Valencia y tiene todo un entramado de parias de los castillos de alrededor que le pagan por su protección y enriquecen su mesnada.

Ya había enviado (incluso venido él mismo pero había regresado a África) soldados y financiado empresas para detener a los cristianos pero la flexibilidad, cuando no laxitud por parte de los reyes de taifas había hecho fracasar todas las intentonas. Yusuf saltó a la península para quedarse en ella y deponer a los reyes y, sobre todo, hacer la guerra santa contra los cristianos, pararles los pies y conquistar todo el territorio posible.

Vistos estos dos datos cabría esperar la unión incondicional entre los cristianos y el enfrentamiento contra los almorávides con sus ejércitos africanos que están arrasando la península.

Eso sería lo lógico, pero el panorama era bien distinto. Rodrigo tiene que ir al norte para aplacar al Rey de Zaragoza, al de Aragón, al reyezuelo de Lérida y entre medias, Alfonso va y toma Valencia mientras el Cid está por Aragón. Lo hace porque se siente amenazado por Yusuf por el sur y por un Rodrigo que ha dejado de cobrar parias para él (lo ha desterrado) y se ha aposentado y las está cobrado para si mismo. El Cid, sin dejar de acudir a las tierras de García Ordóñez para hacerle un correctivo, llegará a Valencia y al final habrá cierto entendimiento, necesario por otra parte, sobre todo cuando los musulmanes valencianos llamen a los almorávides y estos vengan.

Este es el panorama. Nunca dije que fuera sencillo.

El Cid vuelve a poner Valencia en su punto de mira. A partir de aquí veremos un constante avanzar. Lento, tedioso pero irrefutable, palmo a palmo, plaza a plaza, rindiendo todos los castillos y acogotando a los almorávides en Valencia, luchando contra sus aliados y derrotando a los propios almorávides. No dudará en aplastar ejércitos y/o asediar poblaciones hasta dejarlas morir de hambre para que se rindan.

Eran tiempos duros y difíciles. La intolerancia quiere borrar del mapa de España al cristianismo. El cristianismo entiende poco a poco, a golpe de cimitarra que debe enterrar sus diferencias para enfrentarse a un enemigo declarado. Contra los almorávides solo tienes cuatro opciones: matarlos, morir en sus manos, huir o cruzar el estrecho de Gibraltar en calidad de esclavo.

Los almorávides no dejarán de acechar Valencia. Rodrigo conseguirá rendirla y tomarla pero pronto se acercará su propia hora, como dueño y señor de Valencia soportará un asedio, un nuevo asedio almorávide pero las tropas de Alfonso acudirán esta vez en su auxilio y los almorávides se marcharán.

El Cid murió el mismo día en que los cruzados tomaron Jerusalén. Caballeros cristianos de toda Europa rindieron Tierra Santa a la cruz con la presencia de pocos españoles. Estaban casi todos aquí. Librando su propia cruzada para expulsar al invasor, para recuperar la Libertad. Todos lloraron a Rodrigo. Todos lamentaron su falta. En Valencia, Zaragoza, Castilla, León, Portugal, le lloraron en Europa y lamentaron su pérdida en Jerusalén.

Don Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador sirvió a Alfonso y se sirvió a si mismo. Rodrigo luchó por su causa, por la de su Rey, por la de Castilla y la de León, pero también por Galicia, por Portugal, por Aragón y por Zaragoza, por la escurridiza Lérida. Defendió la Cruz, respetó al musulmán que se quiso integrar en nuestra Sociedad y fue el látigo que azotó al intolerante. Sirvió a los restos de la Hispania visigoda y sirvió de dique para frenar la marea almorávide.

Este fue nuestro Cid y con razón los juglares de toda la Cristiandad lo ensalzaron, adornaron con retórica y lo mantuvieron vivo en la memoria de un reino no terrenal como su mayor y mejor defensor.




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*El Cid es una de mis 15 pelis para ver en Semana Santa, junto con títulos como Alatriste; La pasión de Cristo y En tierra hostil, entre otras y no forzosamente de carácter religioso.


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Mis ganas de escribir este artículo se remontan a hace casi un año, cuando decidí leer El Cid histórico y me sorprendió. Sobre todo teniendo bien fresco en el recuerdo de El cantar del Mío Cid que me prestó Carlos Paniagua (fundador de Paniagua Consultores) cuando fuera mi Presidente en mi paso por la Patronal de la Comunicación y las Relaciones Públicas, ADECEC.

2 comentarios:

  1. Mio Cid Ruy Diaz por Burgos entrove ......

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  2. Me ha gustado, saber más sobre Rodrigo Diaz de Vivar, llamado el Cid, muy interesante.

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